Cuando empecé en esto de ser coach, acompañé en sus procesos a varias personas que ya conocía, algunos de ellos amigos de toda la vida. Y lo primero que les tuve que aclarar, tras ver algunas caras de sorpresa, es que los coaches no damos ni opinión ni consejo. Así de asertiva, así de convencida. Y esa es, como ya veremos, una de las principales diferencias con un asesor, un consultor, o un mentor.
Veamos si soy capaz de argumentarlo. Como tengo bastante empatía (digamos que ya la tenía “de serie”, antes de formarme como coach), podría llegar a identificarme tanto con tu asunto que eso me incapacitara para ayudarte. La empatía es estupenda a priori, pero en según qué contexto (o si no la uso en su justa medida) podría resultarme contraproducente.
| Digamos que, por ejemplo te ha dejado tu mujer. Si “sólo” somos amigos, podría solidarizarme contigo y ponerla verde entre los dos. Pero no creo que eso te ayudara mucho… Sí, quizá te desahogarías un rato, pero con eso tu vida no iba a mejorar sustancialmente. Y tú seguirías sin mujer y sin saber qué hacer con la pena, la rabia o la impotencia. |
Y lo que pasa a veces, en esas contadas ocasiones en que el espejo es tan brillante que hace que las almas se reconozcan, es que los coaches también nos acabamos haciendo amigos de nuestros coachees, para qué te lo voy a negar. Pero esa es otra historia…
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