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11 de mayo de 2015

Resiliencia, más allá de la resistencia

O la palabra culta para nombrar aquello de “lo que no me mata me fortalece”. El acervo común está lleno de expresiones que en realidad hablan de resiliencia, porque todos, en el fondo, sabemos que de los errores se aprende, por mucho que no nos guste porque es la forma más árida y dolorosa de aprender. Pero, como decía el sabio, tropezar no es malo… encariñarse con la piedra, sí ;-)

Después de un episodio difícil o cruel en nuestras vidas, la mejor lección es que ese dolor o experiencia traumática nos sirvan para fortalecernos interiormente, y esa parte es sobre todo cuestión de nuestra actitud interior. El gran Borja Vilaseca me enseñó que el dolor no se puede evitar, pero el sufrimiento es opcional. Depende de nosotros decidir cómo tomarnos esa circunstancia insoportable, ese momento asfixiante, esa relación insufrible, o lo que sea que nos esté atrapando en cada etapa de nuestra historia personal. Te invito a leer el artículo completo o, como siempre, la versión íntegra a continuación.



Aprende a crecerte ante la adversidad


MUJER HOY: ¿Cuáles son tus consejos y recomendaciones para entrenar la resiliencia, de modo que seamos capaces de desarrollar esta habilidad para sobreponernos a las situaciones difíciles? ¿Cómo actúa o cómo se caracteriza una persona resiliente? ¿Qué hábitos, actitudes o técnicas aconseja para entrenar nuestra resiliencia?

ELISA AGUDO: He aquí mis reflexiones, que pretenden exclusivamente provocaros otras nuevas a vosotros, queridos lectores.

¿Qué es la resiliencia? Esa palabra tan extraña y a la vez tan cercana porque nos recuerda a ‘resistencia’. Dice la RAE que, psicológicamente hablando, es la capacidad humana para asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Pero paralelamente, en mecánica es la capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación. Eso es, sí señor, soportar la presión y permitirla de modo que podamos volver al estado y forma originales. O no, porque quizás alcancemos una naturaleza mejorada respecto a la inicial. Podríamos decir que la resiliencia es la entereza más allá de la resistencia. Es lo que el ciudadano común expresaría como “CRECERSE ANTE LA ADVERSIDAD”.

Otra forma de decirlo es aquella de “lo que no me mata me fortalece”. El acervo común está lleno de expresiones que en realidad hablan de resiliencia, porque todos, en el fondo, sabemos que de los errores se aprende, por mucho que no nos guste porque es la forma más árida y dolorosa de aprender. Pero, como decía el sabio, tropezar no es malo… encariñarse con la piedra, sí ;-) Después de un episodio difícil o cruel en nuestras vidas, la mejor lección es que ese dolor o experiencia traumática nos sirvan para fortalecernos interiormente, y esa parte es sobre todo cuestión de nuestra actitud interior. El gran Borja Vilaseca me enseñó que el dolor no se puede evitar, pero el sufrimiento es opcional. Depende de nosotros decidir cómo tomarnos esa circunstancia insoportable, ese momento asfixiante, esa relación insufrible, o lo que sea que nos esté atrapando en cada etapa de nuestra historia personal.


Una persona resiliente generalmente se comporta como el protagonista de su propia existencia. Recomiendo el cuento sufí que ilustra Fredy Kofman en su conferencia “Vida, libertad y conciencia”, en el que se habla de un tigre y una oveja como metáforas de un individuo que le ruge al miedo, frente a un ser pusilánime que no sabe realmente quién es y se deja llevar por la inercia de lo que sucede a su alrededor. Es lo que conocemos como personas victimistas. Tomar las riendas de nuestra propia responsabilidad (‘habilidad para responder’) nos proporcionará una libertad más allá de las decisiones, la libertad de saber que lo hemos intentado. Siguiendo nuestros valores, es imposible equivocarse.

Para aumentar nuestra resiliencia existen muchas disciplinas, una de ellas sería el entrenamiento emocional como el que desarrollamos en Quién Dijo Imposible. Como decía, la parte más crítica es la actitud que sepamos desplegar ante una circunstancia adversa, pero siempre viene bien conocer algunas técnicas que nos potencien la asertividad y el autoconocimiento de nuestras fortalezas, para poder hacer palanca sobre ellas y dejar de enfocarnos en lo que ‘me sobra’ y lo que ‘me falta’. Ahí es donde se lamentan las víctimas de las circunstancias, mientras que los protagonistas se apoyan en sus cimientos más fuertes.


Y como hábito que potencie la resiliencia, sugiero uno bien sencillo y al alcance de todos: ESCRIBIR. Contarnos un relato sobre lo que nos ha pasado puede convertirse en un factor de resiliencia impresionante. La única condición es que alcancemos a darle a eso que nos ocurrió un sentido en nuestra vida, ordenando nuestros pensamientos al respecto y gestionando las emociones surgidas a partir de ello. Se recomienda escribir a mano, pues activa distintas partes del cerebro que cuando escribimos en un teclado. Y hacerlo sin autocensurarse, fluyendo libremente y dejando brotar las palabras sin restringirlas con juicios de valor. A continuación, podría releerse lo escrito, o bien deshacerse de ello sin más, pues lo importante habrá sido liberar esas palabras y darle otro significante a nuestra historia personal. En ningún caso lo escrito está destinado a un interlocutor concreto, sino que podemos atesorarlo como un diario de conocimiento privado, o bien quemarlo como una especie de ritual de sanación espiritual (como se haría en una hoguera de San Juan, por ejemplo). Como dice Boris Cyrulnik, “Al producirse un acontecimiento traumático, el sujeto se encuentra hasta tal punto conmocionado y desbordado por las informaciones, que se ve incapaz de responder a un mundo confuso (…) Para quienes han sido heridos en el alma, la narración es un acto que les procura la sensación de que los acontecimientos se relatan por su propia iniciativa”, además “el relato extrae el acontecimiento del interior de uno mismo”, lo que nos permitirá abrir las ventanas para sacudir esas alfombras llenas de pena y que entre un soplo de aire fresco.

Desde ese lugar, desde nuestra propia versión (escrita o verbal) de los hechos, podemos conseguir integrar lo sucedido según nuestra escala de valores, otorgándole un lugar en nuestra colección de vivencias. Para ello, es imprescindible localizar nuestro para qué, bien distinto del por qué. Son partículas muy parecidas pero que esconden toda una filosofía en su interior: el ‘por qué’ nos ancla al pasado, buscando motivos, mientras que el ‘para qué’ nos proyecta al futuro, buscando motivaciones… que, si lo piensas bien, son realmente ‘motivos para la acción’, por eso nos mueven. Las motivaciones son el motor de nuestras vidas, por eso es fundamental encontrar respuestas al para qué si queremos dotar de sentido cualquier iniciativa vital, especialmente un suceso desagradable. Y, si no hallamos ninguna que nos satisfaga, preguntémonos al menos qué hemos aprendido de eso que nos ha hecho sufrir.

Todo ser vivo posee un pequeño grado de libertad biológica, dado que puede huir o someterse, agredir o doblegarse. Sólo cuando aparecen las representaciones de las imágenes o de las palabras, el sujeto se vuelve capaz de reelaborar el sentido que ha quedado impregnado en su memoria. La evolución le ha dado una capacidad de resiliencia natural” (Boris Cyrulnik) Sólo añadiría que, en esa decisión tan personal, interviene nuestra voluntad, que no tiene nada que ver con la fuerza de voluntad. Sin ánimo de quitarle mérito a la segunda, muy admirable para mí, hemos de aclarar que es mucho más efectiva la primera. En un caso nos enfrentamos a una obligación que TENEMOS QUE llevar a término, mientras que en otro estamos hablando de nuestra volición, el deseo de QUERER hacer algo, lo cual resulta sin duda mucho más poderoso. Si hemos nacido libres por naturaleza, por qué pretender darle órdenes a nuestro cerebro contra su libre albedrío, aunque seamos nosotros mismos. Busquemos la forma de alinear lo que nos hace falta con lo que realmente le pedimos a la vida, con el entrenamiento adecuado esto es posible.


Me llama la atención una apreciación de este mismo autor sobre el papel que juega en la resiliencia el grupo social: “Ciertas familias, grupos humanos y culturas facilitan la resiliencia, mientras que otros la impiden (…) Cuanto más elevado es el nivel de organización obtenido por una sociedad, más desunidos están los individuos. Cuanto más se mejoran las condiciones de la existencia, menos necesidad tiene cada hombre de los demás. Aparece incluso la necesidad opuesta: en su carrera por el mejoramiento de sí mismo, el hecho de ocuparse de los demás representa una cortapisa. Por el contrario, en una sociedad en la que no es posible vivir solo, ocuparse de los demás significa protegerse.” Tomemos nota de esta visión, que nos pone en alerta frente a un mundo todavía muy deshumanizado, para que afloremos todo nuestro potencial acogedor, integrador y unificante. El ser humano actual se merece llegar más lejos que sus antepasados porque está aumentando, progresivamente, su nivel de conciencia. Pero para eso, hemos de honrar nuestras raíces y mejorar en algo el mundo que nuestros ancestros nos entregaron. Y eso es tarea de todos.

Y otra más, sobre la influencia de los valores de una sociedad en la resiliencia: “Para componer un sentido es necesario compartir un proyecto. Pero (…) cuando una cultura no tiene más proyecto que el del bienestar inmediato, el sentido no tiene tiempo de surgir en el alma de los sujetos que habitan esa sociedad. Y al contrario, cuando una cultura no propone para el porvenir más que una sociedad perfecta que existirá en otro tiempo y en otro lugar (…) sacrifica el placer de vivir para valorar el placer de un futuro sonriente: mañana, siempre mañana”. Difícil tesitura, hoy en día navegamos a dos aguas entre la cultura de la inmediatez y la mediocridad (fast food, low cost, reality shows), frente a la mayor competitividad y exigencia de todos los tiempos. Permanecer en un punto de equilibrio entre ambos nos brindará más y más resiliencia. Frente a esta vorágine del mundo actual, yo voto por una ‘slow life’, respetando nuestros ritmos naturales, nuestros valores más profundos y nuestra esencia más primordial.

En el caso de las empresas, hablaríamos de resiliencia social o grupal: “cuando un grupo, estructura social, institución o nación, forma estructuras de cohesión, de pertenencia, de identidad y de supervivencia. Así, desarrolla formas de afrontamiento de eventos y situaciones, que pongan en riesgo al grupo y su identidad, formando lineamientos integradores que permiten la supervivencia, expansión e influencia del grupo” (Oscar Chapital)


Por último, te regalo una fábula que me encanta, atribuída a Charles Péguy: “Yendo en dirección a Chartres, Péguy ve en un costado de la carretera a un hombre que parte piedras golpeándolas con un mazo. Su rostro expresa desdicha y sus gestos rabia. Péguy se detiene y pregunta: ¿Señor que hace?, "Ya ve usted", le responde el hombre, "no he encontrado más que este oficio estúpido y doloroso" Un poco más adelante, Péguy ve a otro hombre que también se dedica a partir piedras, pero su rostro está sereno y sus gestos son armoniosos. ¿qué hace usted? Señor, le pregunta Péguy. "Pues ya ve, me gano la vida gracias a este cansado oficio pero cuento con la ventaja de estar al aire libre", le responde el hombre. Algo más lejos, un tercer picapedrero aparece radiante de felicidad. Sonríe al demoler la masa pétrea y mira placenteramente las lascas de piedra. ¿Qué hace usted?; le interroga Péguy. ¿Yo?, responde el hombre, ¡Construyo una catedral!


Boris Cyrulnik, en su libro “El Amor que nos cura”, añade lo siguiente: ‘La piedra desprovista de sentido somete al desdichado a lo real, a lo inmediato, que no permite comprender otra cosa más que el peso del mazo y el dolor del golpe. Por el contrario, quien tiene una catedral en la cabeza transfigura la piedra y experimenta la sensación de elevación y de belleza que provoca la imagen de la catedral, de la que se siente orgulloso.’ Me parece brillante. Así es como percibo yo a los estadounidenses: no importa cuál sea su profesión, ni su actividad… todos sienten que salvan vidas! Es una broma que hacemos mi pareja y yo cuando amanecemos con un mal día, pero lo siento real y muy potenciador. Busca eso especial que tú aportas en tu trabajo y ponle emoción a cada sello que pegas, eso te hará resiliente a cualquier jefe, cualquier cliente, o cualquier mañana sin café J

Otro matiz a considerar es que, en ocasiones, es preciso esperar un poco para conocer el final de la historia. Mientras no se ponga el punto final a una frase o a la vida, el sentido que le demos siempre puede reorganizarse y cambiar. Me gusta un MEME que circula por internet, que dice “Al final todo saldrá bien… si no te parece que está bien, es que aún no es el final” ;-)


FUENTES:
  • Experiencias reales con clientes de Elisa Agudo
  • “El amor que nos cura”, Boris Cyrulnik
  • “Fábula de la catedral”, Charles Péguy



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