Después de un episodio difícil o cruel en nuestras vidas, la mejor lección es que ese dolor o experiencia traumática nos sirvan para fortalecernos interiormente, y esa parte es sobre todo cuestión de nuestra actitud interior. El gran Borja Vilaseca me enseñó que el dolor no se puede evitar, pero el sufrimiento es opcional. Depende de nosotros decidir cómo tomarnos esa circunstancia insoportable, ese momento asfixiante, esa relación insufrible, o lo que sea que nos esté atrapando en cada etapa de nuestra historia personal. Te invito a leer el artículo completo o, como siempre, la versión íntegra a continuación.
Aprende a crecerte ante la adversidad |
MUJER HOY: ¿Cuáles son
tus consejos y recomendaciones para entrenar la resiliencia, de modo que seamos
capaces de desarrollar esta habilidad para sobreponernos a las situaciones
difíciles? ¿Cómo actúa o cómo se caracteriza una persona resiliente? ¿Qué
hábitos, actitudes o técnicas aconseja para entrenar nuestra resiliencia?
ELISA AGUDO: He aquí mis reflexiones, que
pretenden exclusivamente provocaros otras nuevas a vosotros, queridos lectores.
¿Qué
es la resiliencia? Esa palabra tan extraña y a
la vez tan cercana porque nos recuerda a ‘resistencia’. Dice la RAE que,
psicológicamente hablando, es la capacidad humana para asumir con flexibilidad
situaciones límite y sobreponerse a ellas. Pero paralelamente, en mecánica es
la capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de
deformación. Eso es, sí señor, soportar la presión y permitirla de modo que
podamos volver al estado y forma originales. O no, porque quizás alcancemos una
naturaleza mejorada respecto a la inicial. Podríamos decir que la resiliencia
es la entereza más allá de la resistencia. Es lo que el ciudadano común
expresaría como “CRECERSE ANTE LA ADVERSIDAD”.
Otra forma de decirlo es aquella de “lo que no me mata me fortalece”.
El acervo común está lleno de expresiones que en realidad hablan de
resiliencia, porque todos, en el fondo, sabemos que de los errores se aprende,
por mucho que no nos guste porque es la forma más árida y dolorosa de aprender.
Pero, como decía el sabio, tropezar no es malo… encariñarse con la piedra, sí
;-) Después de un episodio difícil o cruel en nuestras vidas, la mejor lección
es que ese dolor o experiencia traumática nos sirvan para fortalecernos
interiormente, y esa parte es sobre todo cuestión de nuestra actitud interior.
El gran Borja Vilaseca me enseñó que el dolor no se puede evitar, pero el
sufrimiento es opcional. Depende de nosotros decidir cómo tomarnos esa
circunstancia insoportable, ese momento asfixiante, esa relación insufrible, o
lo que sea que nos esté atrapando en cada etapa de nuestra historia personal.
Una
persona resiliente generalmente se comporta como
el protagonista de su propia existencia. Recomiendo el cuento sufí que ilustra
Fredy Kofman en su conferencia “Vida, libertad y conciencia”, en el que se
habla de un tigre y una oveja como metáforas de un individuo que le ruge al
miedo, frente a un ser pusilánime que no sabe realmente quién es y se deja
llevar por la inercia de lo que sucede a su alrededor. Es lo que conocemos como
personas victimistas. Tomar las riendas de nuestra propia responsabilidad
(‘habilidad para responder’) nos proporcionará una libertad más allá de las
decisiones, la libertad de saber que lo hemos intentado. Siguiendo nuestros
valores, es imposible equivocarse.
Para aumentar
nuestra resiliencia existen muchas disciplinas, una de ellas sería el
entrenamiento emocional como el que desarrollamos en Quién Dijo Imposible. Como
decía, la parte más crítica es la actitud que sepamos desplegar ante una
circunstancia adversa, pero siempre viene bien conocer algunas técnicas que nos
potencien la asertividad y el autoconocimiento de nuestras fortalezas, para
poder hacer palanca sobre ellas y dejar de enfocarnos en lo que ‘me sobra’ y lo
que ‘me falta’. Ahí es donde se lamentan las víctimas de las circunstancias,
mientras que los protagonistas se apoyan en sus cimientos más fuertes.
Y como hábito
que potencie la resiliencia, sugiero uno bien sencillo y al alcance de
todos: ESCRIBIR. Contarnos un relato sobre lo que nos ha pasado puede convertirse
en un factor de resiliencia impresionante. La única condición es que alcancemos
a darle a eso que nos ocurrió un sentido en nuestra vida, ordenando nuestros
pensamientos al respecto y gestionando las emociones surgidas a partir de ello.
Se recomienda escribir a mano, pues activa distintas partes del cerebro que
cuando escribimos en un teclado. Y hacerlo sin autocensurarse, fluyendo
libremente y dejando brotar las palabras sin restringirlas con juicios de
valor. A continuación, podría releerse lo escrito, o bien deshacerse de ello
sin más, pues lo importante habrá sido liberar esas palabras y darle otro
significante a nuestra historia personal. En ningún caso lo escrito está
destinado a un interlocutor concreto, sino que podemos atesorarlo como un diario
de conocimiento privado, o bien quemarlo como una especie de ritual de sanación
espiritual (como se haría en una hoguera de San Juan, por ejemplo). Como dice Boris
Cyrulnik, “Al producirse un
acontecimiento traumático, el sujeto se encuentra hasta tal punto conmocionado
y desbordado por las informaciones, que se ve incapaz de responder a un mundo
confuso (…) Para quienes han sido heridos en el alma, la narración es un acto
que les procura la sensación de que los acontecimientos se relatan por su
propia iniciativa”, además “el relato
extrae el acontecimiento del interior de uno mismo”, lo que nos permitirá
abrir las ventanas para sacudir esas alfombras llenas de pena y que entre un
soplo de aire fresco.
Desde ese lugar, desde nuestra propia versión (escrita o verbal) de los hechos,
podemos conseguir integrar lo sucedido según nuestra escala de valores,
otorgándole un lugar en nuestra colección de vivencias. Para ello, es
imprescindible localizar nuestro para qué, bien distinto del por qué. Son
partículas muy parecidas pero que esconden toda una filosofía en su interior:
el ‘por qué’ nos ancla al pasado, buscando motivos, mientras que el ‘para qué’
nos proyecta al futuro, buscando motivaciones… que, si lo piensas bien, son
realmente ‘motivos para la acción’, por eso nos mueven. Las motivaciones son el
motor de nuestras vidas, por eso es fundamental encontrar respuestas al para
qué si queremos dotar de sentido cualquier iniciativa vital, especialmente un
suceso desagradable. Y, si no hallamos ninguna que nos satisfaga, preguntémonos
al menos qué hemos aprendido de eso que nos ha hecho sufrir.
“Todo ser
vivo posee un pequeño grado de libertad biológica, dado que puede huir o
someterse, agredir o doblegarse. Sólo cuando aparecen las representaciones de
las imágenes o de las palabras, el sujeto se vuelve capaz de reelaborar el sentido que ha quedado
impregnado en su memoria. La evolución le ha dado una capacidad de
resiliencia natural” (Boris Cyrulnik) Sólo añadiría que, en esa decisión
tan personal, interviene nuestra voluntad, que no tiene nada que ver con la fuerza
de voluntad. Sin ánimo de quitarle mérito a la segunda, muy admirable para mí,
hemos de aclarar que es mucho más efectiva la primera. En un caso nos
enfrentamos a una obligación que TENEMOS QUE llevar a término, mientras que en
otro estamos hablando de nuestra volición, el deseo de QUERER hacer algo, lo
cual resulta sin duda mucho más poderoso. Si hemos nacido libres por naturaleza,
por qué pretender darle órdenes a nuestro cerebro contra su libre albedrío,
aunque seamos nosotros mismos. Busquemos la forma de alinear lo que nos hace
falta con lo que realmente le pedimos a la vida, con el entrenamiento adecuado
esto es posible.
Me llama la atención una apreciación de este
mismo autor sobre el papel que juega
en la resiliencia el grupo social: “Ciertas
familias, grupos humanos y culturas facilitan la resiliencia, mientras que
otros la impiden (…) Cuanto más elevado es el nivel de organización obtenido
por una sociedad, más desunidos están los individuos. Cuanto más se mejoran las
condiciones de la existencia, menos necesidad tiene cada hombre de los demás.
Aparece incluso la necesidad opuesta: en su carrera por el mejoramiento de sí
mismo, el hecho de ocuparse de los demás representa una cortapisa. Por el
contrario, en una sociedad en la que no es posible vivir solo, ocuparse de los
demás significa protegerse.” Tomemos nota de esta visión, que nos pone en
alerta frente a un mundo todavía muy deshumanizado, para que afloremos todo
nuestro potencial acogedor, integrador y unificante. El ser humano actual se
merece llegar más lejos que sus antepasados porque está aumentando,
progresivamente, su nivel de conciencia. Pero para eso, hemos de honrar
nuestras raíces y mejorar en algo el mundo que nuestros ancestros nos
entregaron. Y eso es tarea de todos.
Y otra más, sobre la influencia de los valores de una sociedad en la resiliencia:
“Para componer un sentido es necesario
compartir un proyecto. Pero (…) cuando una cultura no tiene más proyecto que el
del bienestar inmediato, el sentido no tiene tiempo de surgir en el alma de los
sujetos que habitan esa sociedad. Y al contrario, cuando una cultura no propone
para el porvenir más que una sociedad perfecta que existirá en otro tiempo y en
otro lugar (…) sacrifica el placer de vivir para valorar el placer de un futuro
sonriente: mañana, siempre mañana”. Difícil tesitura, hoy en día navegamos
a dos aguas entre la cultura de la inmediatez y la mediocridad (fast food, low
cost, reality shows), frente a la mayor competitividad y exigencia de todos los
tiempos. Permanecer en un punto de equilibrio entre ambos nos brindará más y
más resiliencia. Frente a esta vorágine del mundo actual, yo voto por una ‘slow
life’, respetando nuestros ritmos naturales, nuestros valores más profundos y
nuestra esencia más primordial.
En
el caso de las empresas, hablaríamos de resiliencia
social o grupal: “cuando un grupo,
estructura social, institución o nación, forma estructuras de cohesión, de
pertenencia, de identidad y de supervivencia. Así, desarrolla formas de
afrontamiento de eventos y situaciones, que pongan en riesgo al grupo y su
identidad, formando lineamientos integradores que permiten la supervivencia,
expansión e influencia del grupo” (Oscar Chapital)
Por último, te regalo una fábula que me encanta, atribuída a Charles Péguy: “Yendo en dirección a Chartres, Péguy ve en un costado de la carretera a un
hombre que parte piedras golpeándolas con un mazo. Su rostro expresa desdicha y
sus gestos rabia. Péguy se detiene y pregunta: ¿Señor que hace?, "Ya ve
usted", le responde el hombre, "no he encontrado más que este
oficio estúpido y doloroso" Un poco más adelante, Péguy ve a otro
hombre que también se dedica a partir piedras, pero su rostro está sereno y sus
gestos son armoniosos. ¿qué hace usted? Señor, le pregunta Péguy. "Pues ya
ve, me gano la vida gracias a este cansado oficio pero cuento con la ventaja de
estar al aire libre", le responde el hombre. Algo más lejos, un tercer
picapedrero aparece radiante de felicidad. Sonríe al demoler la masa pétrea y
mira placenteramente las lascas de piedra. ¿Qué hace usted?; le interroga
Péguy. ¿Yo?, responde el hombre, ¡Construyo una catedral!”
Boris Cyrulnik, en su
libro “El Amor que nos cura”, añade lo siguiente: ‘La piedra desprovista de sentido somete al desdichado a lo real, a lo
inmediato, que no permite comprender otra cosa más que el peso del mazo y el
dolor del golpe. Por el contrario, quien tiene una catedral en la cabeza
transfigura la piedra y experimenta la sensación de elevación y de belleza que
provoca la imagen de la catedral, de la que se siente orgulloso.’ Me parece
brillante. Así es como percibo yo a los estadounidenses: no importa cuál sea su
profesión, ni su actividad… todos sienten que salvan vidas! Es una broma que
hacemos mi pareja y yo cuando amanecemos con un mal día, pero lo siento real y
muy potenciador. Busca eso especial que tú aportas en tu trabajo y ponle
emoción a cada sello que pegas, eso te hará resiliente a cualquier jefe,
cualquier cliente, o cualquier mañana sin café J
Otro matiz a considerar es que, en ocasiones,
es preciso esperar un poco para
conocer el final de la historia. Mientras no se ponga el punto final a
una frase o a la vida, el sentido que le demos siempre puede reorganizarse y
cambiar. Me gusta un MEME que circula por internet, que dice “Al final todo
saldrá bien… si no te parece que está bien, es que aún no es el final” ;-)
FUENTES:
- Experiencias reales con clientes de Elisa Agudo
- “El amor que nos cura”, Boris Cyrulnik
- “Fábula de la catedral”, Charles Péguy
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